Aprender y expresar las emociones ya es contar una historia, la de cada uno de nosotros. Una historia que vuelve a empezar cada día, que nunca es igual y que siempre nos lleva a descubrir algo nuevo. Las palabras unidas a las emociones podrían llenar un diccionario, y aún así, si lo pensamos bien, cada emoción puede contarse de muchas maneras. ¿Cuántas historias e imágenes conocidas nos vienen a la cabeza si decimos “miedo”? Historias de fantasmas, novelas policíacas llenas de suspense, incluso historias que nos conmueven y nos hacen sentir empatía por los personajes que las están viviendo.

¿Y qué hay de la emoción de la libertad? Si hemos leído al menos una vez la historia de Peter Pan, también hemos viajado a la isla de Nunca Jamás, ¿no? Que levante la mano quien no sienta curiosidad por hacer un Viaje al centro de la Tierra con Julio Verne y conocer mundos desconocidos. También la esperanza puede ser una emoción grande, un sueño de futuro tal y como lo deseamos.

Por eso es fácil encariñarse con los protagonistas de The Secret Garden o a las cuatro hermanas de Little Women, porque, igual que nosotros, solo esperan ser felices. Un día es el valor, otro es el amor o la incertidumbre… las emociones no llegan una tras otra sino que se mezclan continuamente y nos guían a convertirnos en lo que somos y a compartirlo con los demás. Por eso las historias que leemos a menudo están tan cerca de nuestro mundo. Los escritores y las escritoras muchas veces no han hecho otra cosa que escribir sobre los estados de ánimo que en ocasiones no logramos expresar.

Las historias nos enseñan las palabras para conseguir expresarnos y así aprendemos la lengua más bonita de todas: la que nos ayuda a describirnos a nosotros y nuestra vida.